viernes, octubre 03, 2008

Vendedora de Amor


"Te conocí,
y te enamoré y me ilusioné,
y ahora todo se acabó.
Al conocer
tu fingido amor, que causó dolor
a mi pobre corazón.
De nada valen
los abriles que he vivido,
si de mujeres nunca se sabe.
La que no es mala
lo aparenta muchas veces,
y la que es buena no lo parece.
Ay qué pena me da,
Esperanza, por Dios,
tan graciosa, pero no eres buena.
Ay qué pena me da,
Esperanza, por Dios,
tan graciosa, y sin corazón.
Esperanza, Esperanza,
sólo sabes bailar Cha-Cha-Cha..."

Esperanza / Canta: Antonio Machín

Anoche asistí a una cena en casa de mi hermana Lupe por el cumpleaños de Plácido mi cuñado, y durante la charla de sobremesa "los grandes" nos pusimos a recordar sucesos antiguos del barrio donde vivíamos y sus personajes. Uno de ellos, inolvidable, fue Esperanza, una mujer que había sido casada pero tras ser abandonada por su marido agarró la senda de la perdición.
Gracias a que tengo una memoria muy buena que abarca hasta mis primeros años de vida, puedo recordar que cuando yo contaba unos cuatro años mis hermanas y yo pasábamos las tardes en la casa de Florita, una bondadosa señora de enormes dimensiones que vivía enfrente, en un chalet de madera. La recuerdo con su pelo blanco, blanco, siempre de buen humor y acompañada de sus gatos. A duras penas podía caminar, y eso utilizando un bastón, no sé si por su gordura o por algún problema en las piernas.
También recuerdo de que usaba una dentadura postiza y a veces se la quitaba y la ponía en un vaso con agua... ¡era tan niño que no podía entender como alguien se podía quitar sus dientes!
En algunas ocasiones llegaba Esperanza, tambaleante y con un leve aroma a alcohol, luciendo vestidos entallados, zapatos de altos tacones y maquillada en exceso, siempre riendo y haciendo bromas. Su aspecto me impresionaba y me daba mucha curiosidad. Ella me cargaba en sus brazos, me hacía muchos cariños y halagos y me daba besos, con una efusividad que me agobiaba.
Nunca olvidaré que me veía a los ojos y me pedía: "Dime puta". Yo enmudecía de asombro, incapaz de cumplir la petición, pero ella insistía hasta que con mi voz apenas audible balbuceaba la palabra anhelada. Esto parecía hacerla muy feliz, porque me abrazaba aún más efusivamente y hasta me daba dinero para que fuera a comprar chicles Motita al estanquillo de Don Gume, de menta para ella y de plátano para mí.

1 comentario:

  1. Te he estado leyendo aleatoriamente, y me parece interesante lo que ves, y bastante accesible lo que transmites.

    Mucho gusto.

    2046

    PS Ah! Yo tambien estoy en Mty....

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